La puerta se cerró tras él con un sonoro golpe. Ajeno a los gritos que se escuchaban detrás de él, caminó con furia y prisa hacia su destino.
Ya ni siquiera recordaba el por qué de la disputa, pequeños fragmentos de los últimos instantes aún quedaban en su mente mientras apuraba el paso: los gritos, los insultos, el límite tras el cual no había nada. Un límite que ya había cruzado y ya no había marcha atrás.
Pero por ahora, él no tenía tiempo para pensar en conflictos, pues se dirigía hacia un lugar donde podía ser feliz, su único escape del dolor que aparentaba no tener pero que lo carcomía por dentro.
Mientras el transporte público lo acercaba cada vez más a su destino, todos sus pensamientos fueron reemplazados por una emoción cada vez más grande. Pues los problemas habían desaparecido por fin.
En aquella reunión lo esperaban todas aquellas personas que lo apreciaban y que valoraban su amistad. Muchos de ellos aún no habían llegado pero él sabía que lo harían, pues nunca le habían fallado. Mientras el grupo se completaba, aguardó con paciencia bajo un sol abrasador como no había visto en muchos años, su piel se quemaba de manera casi invisible sin que él pudiera evitarlo pero ni siquiera el ardor que pudiera sentir horas más tarde le importaba.
Se sentó en el verde césped del parque a esperar, y pocos minutos después llegaron el resto de personas: amigos y amigas que sonreían al verle, contentos con su presencia. El sonrió a su vez mientras los abrazos confirmaban el cariño que sentían mutuamente. El dolor por fin había desaparecido.
Las charlas muy pronto comenzaron, adelantando noticias de sus vidas en los últimos días y haciendo uno que otro comentario. Las horas pasaban sin que nadie se diera cuenta del paso del tiempo.
Durante todo ese tiempo, sin embargo, el dolor pasó a ser reemplazado por la culpa. Ante tantas promesas rotas que ahora causaban en él un cargo de conciencia casi insoportable.
“Pero cómo pudiste” le decía ella, incluso parecía no reprocharle nada. Simplemente abría los ojos como dos grandes esferas luminosas cuya mirada era imposible de soportar. La culpa era muy grande, y él la abrazaba a manera de disculpa. Sentía que debía retribuirle de alguna manera, pues sus errores, si bien no habían sido muchos, si habían sido graves. Y aunque ella le decía que no se preocupara, que ya no había problema, seguía mirándolo de aquella manera que lo hacía sentirse tan culpable, que lo único que podía hacer era abrazarla y así mitigar ambos sus penas.
El sol mantenía unas temperaturas sumamente altas, por eso muchos se protegían de los rayos del astro con lo que tuvieran a la mano. No importaba que fuera. Sin embargo, pese a las inclemencias, la reunión debía continuar.
Y él aún sentía culpa por lo que no había hecho: por no haber cumplido su palabra una y otra vez. De modo que la abrazó de nuevo, y este abrazo duró un tiempo que momentos después él no supo determinar. Los segundos pasaban pero el abrazo no terminaba, hasta que finalmente ella se separó diciendo: “Perdona, casi me quedo dormida, tu regazo es muy cómodo, cualquier persona podría dormir en él”. Él no supo que decir, pues era algo que no le habían dicho antes, de manera que se contentó con sonreír una vez más.
Finalmente, tras muchas horas de compartir, de hablar y reír, la reunión llegó a su final. Todos se despedían con otra sonrisa en el rostro, y esperando con ansias la fecha del próximo encuentro. Al momento de la despedida, él por fin sintió que las cosas ya estaban mejor, pensaba que ya había aliviado una parte de su culpa y eso lo hizo sentirse feliz mientras retornaba al hogar que horas antes dejara envuelto en furia.
No quería llegar, pues no quería volver a discutir ahora que se sentía feliz. Mas no podía retrasar más el momento, sin embargo, al momento de cruzar la puerta, lo aguardaba una sorpresa…
Su madre lo aguardaba para marchar al hospital con urgencia, ya que su padre había sufrido un grave accidente y se debatía entre la vida y la muerte. Y necesitaban verlo.
El camino hacia el hospital fue largo y tortuoso para él, mientras se preguntaba cómo seguiría su padre. Finalmente, al llegar, emprendió una rápida carrera hasta la habitación de su padre.
Al entrar, lo encontró acostado en una cama. Alzó la vista con dificultad y sonrió al verle, luego le pidió un abrazo mientras le suplicaba perdón por todos sus errores.
Con lágrimas en los ojos, él lo abrazó también, pidiendo perdón a su vez mientras por su mente pasaban unas imágenes de la última discusión con su padre: “¡No quiero volverte a ver en mi vida, muérete!”. Con gran dolor, apartó a su padre de su regazo para recostarlo de nuevo, y se encontró con que se deseo se había cumplido. Los ojos de su padre se habían cerrado mientras descansaban sobre su pecho, y como venido de una vida anterior pudo oír una voz que decía al viento: “…tu regazo es muy cómodo, cualquier persona podría dormir en él.”. Al parecer su padre había tomado la decisión de dormir en se regazo para siempre, confiado en haber recibido el perdón de su hijo antes de partir.
Juan Diego Zabala Duque 10-mar-08
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