LA DESPEDIDA
Los dos cuerpos cayeron al suelo silenciosamente, sin ninguna expresión en su rostro, unidos hasta el final.
Yo miraba con profundo asco como la vida se escapaba de ellos, la sangre brotaba por todas partes y a mis pies había un cuchillo ensangrentado, el cual había dejado múltiples orificios en los cuerpos y había acabado su existencia.
El sonido de unas sirenas se acercaba y se hacía cada vez más fuerte, comprendí que llegaba la policía y que no podía ir a ningún lado, por lo que decidí a recordar todo lo sucedido mientras llegaban.
Las cosas iban tan bien. Ella era mi todo, la razón de mi existir, por quien habría dado la vida y la muerte. Quien había iluminado las tinieblas de mi ser y había salvado mi existencia de un vacío sin sentido. Mi felicidad era completa y nada podía arruinarla, pero si alguien…
Recuerdo a la perfección que un día, hablando con ella como siempre lo hacía, ella me contó acerca de otro hombre que había conocido hace poco y que producía en ella un repentino cosquilleo que le impedía pensar. Me decía que era un muchacho muy guapo, con unos ojos que la dejaban encantada y una sonrisa que la deslumbraba.
No pude evitar sentirme celoso ante ese alguien que había llegado de improviso para perturbar mi tranquilidad. Pues cada día la notaba más distante y fría. Comenzó a desaparecer de mi vida de una manera tan gradual y dolorosa, que hubiera preferido un alejamiento repentino. Para que de esta forma no viera como poco a poco la iba perdiendo y yo quedaba de nuevo solo. A punto de recaer en la soledad de la que había salido.
Decidí conocer personalmente a aquel que había arruinado mi felicidad. Ella me había dado en una ocasión los datos que yo necesitaba de él. De manera que pronto todas las cosas se verían resueltas.
Él era una persona que, como temía, era una tentación muy grande para cualquier mujer. No sólo por su físico, también era muy formal y espontáneo y admití, muy a mi pesar, que ella estaba mejor con él.
Los veía pasar frente a la puerta de mi casa, cogidos de la mano y con la alegría que yo no tenía reflejada en cada facción de sus caras. Fue más de lo que pude resistir, por lo que decidí enviarlos a un lugar donde su felicidad no me molestara.
Cogí la pistola que mi padre me había regalado hacia unos años por mi cumpleaños, y decidí seguirlos. Sin embargo, ellos se dieron cuenta de mis intenciones y corrieron con todas sus fuerzas. Yo apuré el paso y los vi entrar a donde ya sabía que se dirigían. Entonces, más calmado, seguí mi camino.
Al entrar, vi como ellos cogían un cuchillo y se apuñalaban el uno al otro, como si las cuchilladas fueran tiernas caricias de lo más profundo de su corazón, luego, cayeron muertos al suelo en un último abrazo mientras la sangre brotaba de sus cuerpos. Y toda esta visión me producía un profundo asco.
Mientras el sonido de las sirenas se iba acercando, mis ojos se posaron en un papel sobre una mesa cercana. Me acerqué y encontré una nota que decía:
Yo miraba con profundo asco como la vida se escapaba de ellos, la sangre brotaba por todas partes y a mis pies había un cuchillo ensangrentado, el cual había dejado múltiples orificios en los cuerpos y había acabado su existencia.
El sonido de unas sirenas se acercaba y se hacía cada vez más fuerte, comprendí que llegaba la policía y que no podía ir a ningún lado, por lo que decidí a recordar todo lo sucedido mientras llegaban.
Las cosas iban tan bien. Ella era mi todo, la razón de mi existir, por quien habría dado la vida y la muerte. Quien había iluminado las tinieblas de mi ser y había salvado mi existencia de un vacío sin sentido. Mi felicidad era completa y nada podía arruinarla, pero si alguien…
Recuerdo a la perfección que un día, hablando con ella como siempre lo hacía, ella me contó acerca de otro hombre que había conocido hace poco y que producía en ella un repentino cosquilleo que le impedía pensar. Me decía que era un muchacho muy guapo, con unos ojos que la dejaban encantada y una sonrisa que la deslumbraba.
No pude evitar sentirme celoso ante ese alguien que había llegado de improviso para perturbar mi tranquilidad. Pues cada día la notaba más distante y fría. Comenzó a desaparecer de mi vida de una manera tan gradual y dolorosa, que hubiera preferido un alejamiento repentino. Para que de esta forma no viera como poco a poco la iba perdiendo y yo quedaba de nuevo solo. A punto de recaer en la soledad de la que había salido.
Decidí conocer personalmente a aquel que había arruinado mi felicidad. Ella me había dado en una ocasión los datos que yo necesitaba de él. De manera que pronto todas las cosas se verían resueltas.
Él era una persona que, como temía, era una tentación muy grande para cualquier mujer. No sólo por su físico, también era muy formal y espontáneo y admití, muy a mi pesar, que ella estaba mejor con él.
Los veía pasar frente a la puerta de mi casa, cogidos de la mano y con la alegría que yo no tenía reflejada en cada facción de sus caras. Fue más de lo que pude resistir, por lo que decidí enviarlos a un lugar donde su felicidad no me molestara.
Cogí la pistola que mi padre me había regalado hacia unos años por mi cumpleaños, y decidí seguirlos. Sin embargo, ellos se dieron cuenta de mis intenciones y corrieron con todas sus fuerzas. Yo apuré el paso y los vi entrar a donde ya sabía que se dirigían. Entonces, más calmado, seguí mi camino.
Al entrar, vi como ellos cogían un cuchillo y se apuñalaban el uno al otro, como si las cuchilladas fueran tiernas caricias de lo más profundo de su corazón, luego, cayeron muertos al suelo en un último abrazo mientras la sangre brotaba de sus cuerpos. Y toda esta visión me producía un profundo asco.
Mientras el sonido de las sirenas se iba acercando, mis ojos se posaron en un papel sobre una mesa cercana. Me acerqué y encontré una nota que decía:
No vamos a dejar que tomes nuestras vidas, preferimos morir por nuestra propia mano antes que por las tuyas, unidos por siempre. Ahora mismo la policía viene y no tienes escapatoria.
Fácilmente hubiera podido mostrar el papel para demostrar que yo no los había matado, pero, en cambio, destruí la nota y aguardé con paciencia la llegada de la policía.
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